Saltar al contenido

EL RENCOR

Por Guionista Hastiado

Mi padre, como algunos de ustedes ya saben, es pintor y profesor de dibujo. Alguna vez les hablé de ello. Se ha ganado la vida con su trabajo y ahora, ya jubilado de la docencia, sigue dedicándose activamente a un arte que le ha dado de comer y que, sobre todo, le apasiona. Estas navidades, en la reunión familiar de rigor, me contó una anécdota algo desagradable que le había sucedido hacía poco tiempo, y que paso a resumirles brevemente…

Él había donado un par de cuadros para una exposición benéfica que se celebraba en una ciudad de provincias con el fin de recaudar fondos para una ONG. Acudió a la gala inaugural en la que, además de cumplir haciendo acto de presencia, iba a encontrarse con buenos amigos a los que hacía tiempo que no veía. Ya saben ustedes cómo son esas cosas. Canapés, gente importante, políticos, todo muy fino.

De pronto, un hombre de mediana edad se le acercó y le saludó. Mi padre no le conocía. El hombre le explicó que, hace 30 años, mi padre había presidido un tribunal de oposiciones para profesor de Artes y Oficios, en las que él había participado. Mi padre, obviamente, no le recordaba. Las oposiciones eran para cubrir una sola plaza, y el señor en cuestión fue uno de tantos que no la consiguió.

Pero, por lo visto, al señor le sentó muy mal no haberla conseguido, y empezó a reprocharle a mi padre  el fallo que había emitido el jurado. Mi padre, como es lógico, le dijo que la plaza fue para el opositor mejor preparado. De hecho recordaba aquel veredicto porque el “vencedor” había sido un chaval con una capacidad innata, soprendente, para el dibujo, y todos los miembros del jurado habían estado de acuerdo en otorgarle la máxima calificación.

Pero el señor, erre que erre, consideraba que el fallo no había sido justo, que él tenía que haberla ganado, y empezó a calentarse, asegurando que aquel jurado estaba vendido, que habían hecho trampas, y que eran unos sinvergüenzas que le habían jodido la vida. Fue elevando el tono de voz y los asistentes a la inauguración empezaron a mirarle mal.

Mi padre, que posiblemente es la mejor persona que conozco, y que lo último que deseaba era tener un pollo con nadie, siguió argumentando y explicando por qué habían tomado aquella decisión. Pero el hombre llevaba demasiado tiempo masticando su rencor y no iba a dejar escapar la oportunidad de vomitarlo, y acabó diciendo a voz en grito que los miembros de aquel tribunal eran todos unos grandísimos hijos de puta, y que mi padre el primero y el que más. Se le fue, sí.

Mi progenitor, muy educadamente, aguantó la tontería con mucha más elegancia de la que yo jamás podré tener, hasta que un par de personas decentes se acercaron al impresentable y le increparon para que abandonara sus malas formas o, aún mejor, la sala. Tras algunos momentos de tensión y rifirafismo de cuchufleta (¡ah, esos momentos de calentón en los que brota, tan viva, la comedia!), finalmente el señor, sintiéndose acorralado, cogió las de Villadiego.

Lo curioso es que el tipejo era, también, uno de los pintores que habían donado cuadros para la exposición. Estaban allí, colgados, posiblemente avergonzados ante el comportamiento de su creador. Por lo visto era profesor de dibujo en un colegio y había tenido una carrera como pintor, quizá no magnífica, pero al menos se había dedicado a un oficio que, se supone, es vocacional y edificante. Sin embargo, se había quedado obsesionado con unas oposiciones que, 30 años atrás, le habían impedido acceder a un puesto de funcionario del Estado. Seguramente consideraba que ese hecho en cuestión le había impedido labrarse un futuro mucho más provechoso al que él consideraba haber tenido derecho, y que, de haber conseguido aquella plaza, su vida hubiera sido otra, presumiblemente mucho mejor. No, la culpa de su vida de mierda y de su resentimiento no era de él, era de los demás.

30 años. Media vida.

¿Cómo diablos puede alguien pasarse 30 años obsesionado con una -supuesta- injusticia del pasado? Lo entendería si se tratara del asesinato de tus padres (cuántos grandes westerns nos ha dado la venganza). Pero… ¿unas oposiciones a profesor? ¿Y encima sin verdaderos motivos? Incluso en el caso hipotético de que hubiera tenido razón (que no la tenía), no merece la pena. Es absurdo, estúpido, un sinsentido.

Cuento todo esto porque la anécdota en cuestión me recordó ciertas actitudes que he visto en colegas de profesión y gente de la industria. No sólo guionistas. Quién mas quién menos ha tenido la sensación alguna vez de que han sido injustos con uno, de que no se ha sabido valorar nuestro talento, y de que gente menos preparada se ha llevado méritos que no le pertenecen.

Pues bien, si no queremos volvernos locos, hemos de asumir que muchas de esas veces, sencillamente, no tenemos razón, que nos estamos equivocando, que tenemos una visión distorsionada, subjetiva, de los acontecimientos, y que la gente de la sala nos está mirando como si estuviéramos locos.

Puede que haya ocasiones en las que estemos en lo cierto, vale. Alrededor de la televisión y el cine se mueven mucha pasta, glamour de pedorreta y atención mediática, y por lo tanto son campos abonados para la proliferación de buscavidas, lameculos, vendemotos y oportunistas. Mucha de esa gente ganará más dinero que tú, hará proyectos más fastuosos, será más famosa y será fotografiada junto a gente mucho más guapa que uno.

Pero, incluso aunque esto sea cierto, nunca merecerá la pena instalarse en el rencor. 30 años de resentimiento pueden volverle a uno un auténtico gilipollas, un amargado. De la misma forma que sabemos que nuestro oficio está expuesto a las críticas, hay que comprender que -como en cualquier sitio- la profesión no se rige por criterios de justicia, no siempre los acontecimientos se desarrollan como a uno le gustaría, y no siempre los méritos están repartidos como uno cree que deberían.

El verdadero motor del éxito no es el éxito en sí mismo, sino la capacidad de sobrellevar y superar el fracaso. Si no vendemos nuestro guión, si no ganamos más dinero, si no podemos escribir lo que nos gusta, si vemos encumbrarse a gente menos preparada que nosotros… lo único positivo que podemos hacer es seguir trabajando, seguir demostrando que sabemos hacerlo, seguir aprendiendo y seguir intentándolo.

Hace muchos, muchos años, antes incluso de tener el propósito de convertirme en guionista, tuve la suerte de coincidir en una cena con Ángel Javier Pozuelo Gómez, más conocido como Javier Cansado, de “Faemino y Cansado“. Durante la conversación de sobremesa, él me dijo algo que nunca he olvidado. Dijo que en esta industria te vas a encontrar con mucha gente sin talento que obtiene un éxito y un reconocimiento inmerecidos, que eso es algo impepinable y que no se puede cambiar, porque el mundo es así. Pero que hay algo a lo que agarrarnos, y es que si uno tiene verdadero talento, capacidad de trabajo y paciencia, siempre conseguiría abrirse camino y ganarse la vida honestamente. En otras palabras, puede que no sean todos los que estén, pero sí que están todos los que son.

Si uno no está, puede optar por amargarse y recrearse en la envidia, el pataleo, el cinismo y la crítica emponzoñada, o puede, sencillamente, considerar que debe seguir intentándolo procurando no perder la ilusión ante cada nuevo proyecto, ante cada nueva línea de diálogo, por duro e inútil que nos parezca a veces. Siempre acaba dando resultado.

No, amigos, la culpa no es siempre de los demás. Mirar el patio del vecino con desprecio no sirve de nada,  sobretodo si uno se está olvidando de regar el suyo propio.

32 comentarios en «EL RENCOR»

  1. Brillante. He disfrutado de esta entrada. Hay gente que vive anclada en el rencor hacia todo y hacia todos, toda su vida. Es “la conjura de los necios”, ellos piensan que son geniales, y los demás, unos tramposos.

    Saludos.

  2. Es un perfil habitual. Te diría que hasta mayoritario. No sólo se da por estos lares, sino en entornos muy distintos. Creo que casi forma parte de la condición humana y de una actitud en mezcolanza con la envidia. Y aunque ese tipo de gente pudiera tener razón, no se dan cuenta que con esa actitud están estrangulando sus sueños, como de alguna manera muestras en tu texto. También suele coincidir que, en sus comienzos son aquellos que más se van a comer el mundo sin tener en cuenta muchos de los aspectos realistas que normalmente desconocen.

    Saludos.

  3. El comentario de Cansado me parece increiblemente acertado, no sólo para para el mundillo del espectáculo, sino en general.

    El afán de superación y el asumir nuestras responsabilidades (que, para ser de forma sana, incluye el trabajar para mejorar) es algo clave en todos los ámbitos… El victimismo no lleva a ningún lado…

  4. Gran reflexión. Cuando más me gusta esta página es cuando habla de cómo tiene que (sobre)vivir un guionista, no de las herramientas que necesita para su trabajo (eso está al alcance de cualquiera en libros e internet).

  5. Muy esperanzador el artículo de hoy para los guionistas que le pedimos a los reyes un poco de trabajo, por favor, y que todavía no nos lo han traído.

  6. Muyy buen Post. La página me gusta por sus ideas edificantes, por las vivencias particulares que nos cuentan los colegas, las opiniones de algunos comentaristas y también por sus herramientas. Una cosa es leer un libro sobre el tema, otra muy diferente es la posibilidad de dialogar al respecto.

  7. Pues a mí este post me ha parecido el mejor de los que le he leído (y lo comparto plenamente) y eso que yo tengo un talento innato para la venganza.

    Un saludo.

  8. Sinceramente Hastiado, la anécdota es muy, muy excepcional.
    Sin duda, su padre tuvo la mala suerte de toparse, más que con un impresentable, con un completo tarado mental. Nadie en su sano juicio y en completo uso de sus facultades tarda treínta años en vomitar un rencor de este tipo y de esa forma.
    Por lo demás, estoy totalmente de acuerdo. Me atrevería a decir, que algunos fracasos mirados con la distancia oportuna, además de ser necesarios para aprender, son incluso, una bendición. Pueden llegar a apartarte de un camino equivocado que de seguirlo, no conseguiría realizarte en absoluto.

  9. Por supuesto, amigo Regla, es una anécdota excepcional, y estoy de acuerdo en que el tipo estaba bastante tarado. Pero es un buen ejemplo de hasta qué extremo pueden llegar las cosas si uno no las controla a tiempo…

    Saludos a todos.

    1. Amiga y no “amigo”, Hastiado. Y sí, mejor controlar a tiempo, porque este extremo, realmente da miedito.

      1. Excepcional puede ser una anécdota tan extrema. Pero este perfil de gente que le echa la culpa de sus males al que pasaba por ahí o al mismo empedrado, no es ni mucho menos excepcional. Al contrario; como he dicho arriba, creo que es mayoritaria. Es casi esencia de condición humana. La gente que se queda por el camino o que tiene que asumir un rol gregario, son la mayoría. Y es muy difícil asumir que no somos todo lo bueno que creemos. Por ende hay una mayoría de gente que asocia este tipo de razonamientos a sus fracasos o frustraciones.

        1. Nuestra percepción puede distorsionarse con facilidad y de muchas maneras, Panov. Y es cierto que los sesgos cognitivos casi son inherentes a la condición humana. Por lo general, tendemos a asumir mayor responsabilidad en los éxitos, que en los fracasos. En estos, preferimos desviar la atención negando la información relevante cuando realizamos valoraciones asociativas de este tipo. Y en algunos momentos, si el grado de frustración es elevado, este tipo de sesgos pueden contribuir a reestablecer nuestro equilibrio.

          Pero, por fortuna, lo normal, es que la asociación de este tipo de razonamientos a nuestros fracasos o fustraciones sea solo temporal y no llegue a desembocar en conductas patológicas y extremas.

        2. No es excepcional… no existirian términos como “inquina” en nuestro vocabulario si la anécdota que comenta Guionista Hastiado fuera algo poco común.

          1. La anécdota, de lo más común…una situación muy habitual en las reuniones sociales. Lo excepcional debe ser que a uno le pille por sorpresa, toparse con un tarado así.

          2. Muy bien lo resume Panov:” La gente que se queda por el camino son la mayoría y es muy difícil asumir que no somos todo lo buenos que creemos”

            ¿El fracaso profesional es siempre una consecuencia de nuestra mediocridad intelectual?

            ¿En que porcentaje influye la suerte en el destino personal?

            El mensaje de Javier Cansado es muy hermoso y esperanzador pero no se cumple siempre. Nunca sabremos la infinidad de genios que se han perdido en el camino por motivos ajenos a su talento innato.
            El simple hecho de poder dedicarte y vivir del oficio o profesión que te apasiona ya es un regalo que muchos no saben apreciar.
            La vida es demasiado complicada y tiene matices crueles ( En este mundo moderno y sofisticado aún hay gente que muere de hambre)

            Luchar por entrar a la autopista mucho tiempo sin lograr salir de la cuneta cansa…agota…frustra, pero desde luego el odio y la envidia no nos sacará de ahí.
            Quizás es hora de aprender a disfrutar sanamente del éxito de los demás y buscar la felicidad en los “pequeños detalles cotidianos”, al fin y al cabo no todo en esta vida va a ser escribir…

            O si.

        3. Gran post. Estoy absolutamente de acuerdo. Pero a mí no me parece un tarado. Lo que me parece excepcional de la anécdota es que ese hombre se encontrara con su padre treinta años después y ajustara cuentas. Creo que hay un montón de gente llena de impotencia, amargura y frustraciones de las que responsabilizan a otros. La diferencia es que lo ocultan en lo más profundo de sí. No lo verbalizan, no lo expresan, a veces ni siquiera son conscientes de por qué son tan desgraciados.

        4. guionistaenchamberi

          Estupendo post. Por cierto, menuda mesa más entusiasta la de esa cena, codo a codo, Hastiado y Cansado.

          1. Panchito, el rey aperitivo

            Leyendo este post me alegra la forma en que he llevado las dos oposiciones que llevo a las espaldas. La primera de ellas me costó superarla, me jodía reconocerlo y actuaba como si no pasara nada. Solo fueron unos meses, luego me rehice y pude pasar página, tanto que al año y medio de aquella experiencia coincidí con la presidenta de mi tribunal, y pudimos mantener una conversación muy agradable.

          2. ¡Qué gran verdad! Estoy totalmente de acuerdo. ¿Quién no se ha sentido injustamente juzgado?

            Admito que en esos momentos, lo primero que se me ha pasado en alguna ocasión ha sido abandonar, por creer que no merece la pena. Que no se puede luchar contra los favoritismos (o lo que en ese momento crees que lo es), pero esa pataleta sólo dura unos minutos.

            Uno no puede caer en lamentaciones. Hay que seguir intentándolo y el talento al final saldrá a la luz.

          3. Otra anécdota…
            En mis comienzos obtuve una plaza muy importante haciendo la dramaturgia de un destacado espacio de TV. Yo tenía una Licenciatura en Historia y varios cursos de la escuela internacional de cine en San Antonio. En Cuba las dramaturgias presuponen una licenciatura de cinco años (la EICTV no es una licenciatura como ya he leído en algunos periódicos españoles). Pues bien, hubo una vez un colega que me intimó
            – No sé como una persona que no es graduada del Instituto Superior de Arte, puede llegar a tener el puesto que tienes jejejej
            Como suelo responder al pie de la letra y no soporto golpes bajos, le dije:
            – Conozco el teatro por dentro desde que era una niña, he visto incontables ensayos sentada estoica y disciplinadamente al lado de los directores porque mi madre no tenía con quien dejarme. Crecí viendo teatro semana tras semana y en casa ayudaba a mi madre a memorizar los libretos… Pero yo no sé como una persona que llegó del campo el otro día y consiguió entrar a un teatro por primera vez en su vida cuando comenzó a estudiar dramaturgia, pasado cinco años ya es profesor en la facultad de Artes Escénicas jejejje
            Fui cruel, pero solo respondí a su manifiesta envidia. Pero según José Ingenieros “La envidia es crimen involuntario de quien la posee…”

          4. ¿Sabéis quienes son los que se meriendan el mundo?

            Aquellos que descansan en sus trabajos públicos -es decir, que no hacen nada en ellos- y luego, en privado, sacan la vena artística. El sillón mostrenco llamado docencia es el peldaño inicial en el cual cogen altura los mediocres. Montaigne no hubiera escrito una puta letra si hubiera tenido el riñón bien cubierto.

            La anecdota entre docente y docente me recuerda las discusiones de funcionarios sobre quien roba un rotulador o un sacapuntas. Vamos, por un lado está la realidad y por otro, los mundos de fantasía donde viven los parásitos de la sociedad.

            1. El verdadero magisterio es como un sacerdocio. Admiro a quien se dedica a enseñar por vocación y no hace del alumnado el blanco de sus frustraciones. Mediocre es el docente que no ama lo que hace.

              1. Doy fe, es un sacerdocio. Mi esposo es un monje de esos. Al que admiro y envidio profundamente. Que por cierto, se sacó las oposiciones con cuarenta y dos tacos. Si se hubiese rendido ante aquel primer tribunal o aquel segundo o aquel… jodidos estaríamos, y ya ni os cuento si aún estuviese rumiándolos…

                Un chiste… “Uno que siempre pedía en la panadería un funcionario, hasta que un día la panadera un poco “jarta” le comenta: “Mire, usted señor, que no son funcionarios, que son baguettes”. A lo que el señor le contesta: “Ea, ¿y no son lo mismo?””.

                Hastiado, tu padre es un hombre muy sabio. Yo, con tu permiso y con el de él, me quedo con la copla para cuando mis churumbeles me digan: “Mamá, quiero ser…”. Y ojalá me lo digan porque eso sería una señal de que su padre y yo algo hemos hecho bien.

            2. Perdón:
              Quise decir que Montaigne no hubiera escrito nada si hubiera sido un pobre labrador. Como tenía dinerín y no tuvo que trabajar apenas para conseguirlo pues pudo dedicarse a sus cosillas.

            3. Creo que hay un matiz que no debemos pasar por alto para tener un retrato más certero de nuestras posibilidades de desarrollo profesional. El criterio aritmético o económico. Pongamos que el mercado puede absorber a 100 guionistas profesionales, pintores, abogados, … o la profesión que queramos. Se dan muchos casos en que la cantidad de gente con potencial suficiente excede en mucho lo que el mercado demanda. Hay un embudo impepinable donde los criterios para pasar en cierto modo deben ser arbitrarios, y más cuando entramos en el terreno de la creatividad. Esto es una realidad que no debemos perder de vista para contextualizar aquello que nos ocurre, no como el elemento fundamental, pero si como un factor en muchas ocasiones decisivos.
              Estoy convencido que hay muchísima gente que vale para un trabajo y pese a sus esfuerzos generosos no termina de llegar. No se puede decir que sea culpa de nadie, simplemente no hay cama para tanta gente. Por eso me parece especialmente dolorosos los casos de quienes llegan por méritos ajenos al propio trabajo.
              Pienso que en todo trabajo creativo es imprescindible la llamada vocación, imprescindible para no tomar nuestro trabajo y su relación con él exclusivamente en función de las oportunidades que puede ofrecer el mercado profesionalizado.
              En ese sentido entiendo que cualquier que tenga la determinación suficiente puede llegar a escribir un guión, una novela, pintar un cuadro, … y poder alcanzar en muchos casos un alto nivel. Ese es el éxito que asegurado que suscribo con Cansado, el resto sólo depende del mercado, sus necesidades y dinámicas.

            4. Pingback: La semana en los blogs CCXXXIII | Noticias del Cerebro Digital

            Los comentarios están cerrados.

            Descubre más desde Bloguionistas

            Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

            Seguir leyendo