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PARA QUIÉN ESCRIBIMOS

por Carlos López

Yo no sé cocinar para mí solo. Pensar el menú, comprar los ingredientes, macerarlos, encender el fogón, pochar la cebolla, dorar el sofrito… son cosas que uno hace solamente si va a compartir el resultado, pensando en qué les gusta a tus invitados y con el deseo de que lo devoren y rebañen el plato. Y ya puestos, que te hagan la ola, ¿por qué no? Eso te servirá de estímulo la próxima vez que te pongas el delantal.

Escribir es algo parecido. Una actividad solitaria, sí, pero que a mí me resulta inconcebible como simple ejercicio de onanismo. Sobre todo, claro, si escribes para el espectáculo: tecleas cada frase pensando en cómo será degustada por tu público, esa masa informe que antes solía agruparse tres veces diarias en butacas dispuestas en hilera y ahora nadie sabe si la vas a encontrar en el sofá, en la cama, en el metro o si no está para nadie. Escribes para ellos, pero no sabes quiénes son, cuántos, qué piensan, qué les apasiona. Por eso, porque nadie puede presumir de saber qué quiere el espectador, el único criterio honesto del guionista consiste en tratar de convencerse a sí mismo. Escribes para ti: si te gusta, es probable que le guste a muchos. Eso sí, hay que ponerse exigente, pelearse con cada escena, escapar del refugio de la autoindulgencia. Que todo lo que estás escribiendo te parezca banal y chabacano puede ser la manera de obligarte a que, al final, el guion que entregas sea mejor que la media.

Un momento. Aquí viene lo obvio: no se lo entregas al espectador. Jamás va a leer tu trabajo. El primer destinatario de tu guion es quien te paga, o quien va a dirigirlo, o quien se está pensando si apoyarlo, incorporarse al equipo, interpretarlo… Necesitas convencerlos para que el proyecto siga vivo. Ellos te leen, para ellos escribes: gente diversa que se coloca en fila india entre tú y el espectador. Que quizá tenga poder para detenerlo todo, echarlo para atrás, ordenarte reescribir tu guion una y otra vez hasta que ni tú mismo lo reconozcas. Y como tienes que venderles lo que has hecho, como estás obligado a gustarles, ese guion en el que pretendías que todo estuviera contado entre líneas, en elipsis, que fuera parco en diálogos y elegantemente áspero de forma… empiezas a escribirlo en defensa propia. Para tontos. Para que todo quede bien clarito. Para que no se les pase lo importante. Para que lo entiendan. Acotaciones prolijas que explican lo que piensa el personaje, líneas de diálogo que anuncian lo que va a pasar, propuesta de planos que ayuden a visualizar la historia… El horror. Ya no queremos hacer una buena película o una buena serie. Ya sólo queremos pasar el examen.

También sabemos que todos ellos van a mirar con lupa nuestro guion para determinar si cumple los requisitos de producción. Por ejemplo, los que detallaba Sergio Barrejón en este reciente post. Son condiciones absolutas: olvídate, no vas a convencer a nadie de que es necesario un día más de exteriores. O vas a convencerlos a todos pero no te harán ni caso. Así que te fajas en resolver el sudoku y consigues pasar todas las pruebas. Aunque para hacerlo emplees tu tiempo en cosas tan estúpidas como recortar las acotaciones de las secuencias de exteriores para que ocupen menos páginas.

Si trabajas para una película, es probable que los lectores de tus primeras versiones sean pocos. Todos con capacidad decisoria. El director, por supuesto. El productor, que rara vez será uno solo. El jefe del departamento de cine de una cadena de televisión o el lector que tiene contratado para que le haga un informe. El responsable de una distribuidora… En cada proyecto es diferente y el calendario puede ser de varios meses o varios años. El cine es así: imprevisible.

En televisión, sin embargo, tus lectores componen casi la misma lista de una producción a otra. No hay que imaginárselos ordenados en línea recta, uno detrás de otro. No son etapas sucesivas, no siempre. Es algo más parecido al JUEGO DE LA OCA: un viaje que arranca y que avanza a trompicones, en el que a veces hay saltos adelante (pocos) o caídas en desgracia que te hacen retroceder varios puestos o volver a la casilla de salida (frecuente), o penar durante semanas sin moverte del pozo, esperando novedades de reparto o de producción, entregando versiones y versiones hasta que das con la tecla justa.

Casi nada de eso depende exclusivamente de la calidad de tu guion, sino de la dirección en que sopla el viento cada comienzo de semana. Un pálpito de la cadena, un temor, una imposición de casting, una sugerencia, un replanteamiento de los ingredientes. Puede que, incluso, te cambien el juego a mitad de recorrido. Las fichas, las normas, el tablero. Todo. Lo que era un thriller se convierte en comedia, o al revés. No será la primera ni la última vez que sucede.

COLÓCATE EN LA CASILLA DE SALIDA. TIRA LOS DADOS, MUEVE FICHA. ESTÁN ESPERANDO TU GUION.

ESTOS SON TUS LECTORES:

Uno. El coordinador.

Es guionista como tú, pero está en el centro de la tormenta. Si hay un rayo, le cae fijo. Con él o ella has compartido horas de mesa y pizarra, has cambiado un montón de correos, puede que varios chats. Al principio del proyecto, parece que no existe nadie más que vosotros. Trae noticias de las altas y medianas esferas, cómo se respira por allí, qué se espera de ti, del equipo de guion, de la serie. Pactáis un calendario y te pide cambios y más cambios hasta que las prisas se convierten en urgencias y quizá no le quede más remedio que reescribirte de arriba abajo porque tarda menos en hacer eso que en contártelo para que lo hagas tú. Gana más dinero, pero jamás le tendrás ni una gota de envidia.

Dos. El productor ejecutivo.

Suele haber más de uno, puede que sea guionista, con frecuencia es autor de la Biblia y quien se bate el cobre con la cadena. Todo pasa por su mesa, toma decisiones de variado calibre y su móvil vibra sin interrupción. Por eso no le queda otra que leer tu guion a horas intempestivas, de corrido, en diagonal. Con la mejor intención, eso sí. Mejor si ha podido reunirse contigo antes de escribir, pero lo más probable es que no haya tenido tiempo, o que las cosas hayan cambiado de rumbo desde entonces. Sus notas son órdenes. Puede ser tu mejor aliado para imponer la necesidad de una secuencia o el filtro más intransigente que obligue a suprimirla: nadie como él sabe cuánto está en juego.

Tres. El jefe de producción. El ayudante de dirección.

Cualquiera de los dos te va a leer la cartilla. Ármate de razones si quieres defender un exterior noche o el traslado del equipo a una localización para grabar sólo medio folio. Si tu sudoku te parece difícil de resolver, el que estos tienen sobre su mesa roza lo imposible. Tú cuadras tramas y personajes. Ellos cuadran sueldos, jornadas de trabajo, partes meteorológicos, medios de transporte, azares y caprichos. Leen tu guion armados con varios marcadores de colores. Mejor dicho, no lo leen: lo desglosan, a veces lo despellejan. Te recuerdan que no puedes usar un actor porque está contratado por sesiones o que conviene usar más a otro cuyo contrato por temporada no está luciendo lo previsto. Ojo: en la soledad de tu reescritura, lo natural es que les odies. Trata de contenerte: sólo hacen su trabajo.

A las lecturas técnicas del equipo suele acudir el coordinador, pero es posible que requieran tu presencia, o que te hagan llegar las notas sugeridas por los diferentes departamentos. A mí me causa placer y vértigo ver a cada miembro del equipo leyendo tu guion con la mente puesta exclusivamente en su parcela. Siempre aprendo algo, porque ves las necesidades que genera tu escritura, las complicaciones de lo que a ti te pareció simple, la creatividad de cada miembro del equipo poniendo tu guion a punto. Para ellos, deja bien clarito el paso de los días, vigila cuando mezcles las tramas, escribe diálogos con los coches parados, evita secuencias con agua y no determines demasiado el atrezzo. Te comerán a besos.

Cuatro. El director.

Pone en pie tu guion, decide planos y propone intenciones. Lo que viene siendo un director, vaya. En cualquier serie en marcha hay tres o cuatro directores trabajando a la vez. A menudo le llega el guion con el tiempo mínimo para rodar, lo estudia como un temario de oposiciones y te pasan sus notas como si fueran peticiones del oyente. Debería ser tu aliado y puede que ni llegues a conocerlo, que lo más cerca que vayáis a estar el uno del otro sea en los créditos del capítulo. Aún así, te conviene pensar en él cuando escribas. En él más que en ninguna otra persona. Conocer su forma de trabajar, sus gustos de planificación, su trato con los actores. Va a trabajar con mucha presión, por eso leerá tu guion buscando la forma más sencilla de contarlo. Haz posible que encuentre una.

Cinco. La estrella.

En las series de televisión, los actores suelen sentir el personaje en propiedad. Entonces sucede que se cruzan contigo en la escalera del plató y te dicen aquello de mi personaje nunca haría esto. A menudo tienen razón, claro: ellos miran el trayecto del personaje de capítulo a capítulo, detectan baches como piscinas de grandes, contradicciones que han ido salvando incomprensiblemente las sucesivas lecturas o, lo más habitual, repeticiones cansinas de la misma actitud. Se sienten muy solos, necesitan consejo y sólo reciben órdenes, ponte en la marca, dilo desde ahí, mira a este punto. Puede que no tengas oportunidad de hablar con ellos. Si la tienes, cuéntales lo que piensas, pero ten cuidado de no contradecir al director, al productor o al coordinador, que la puedes liar parda. Otra cosa es cuando algún actor tiene estatus de estrella, cuando el destino de la serie va unido a su presencia: entonces no tienes más remedio que tenerle contento. Punto.

La mesa italiana, la lectura con actores, puede ser un trámite que te evitan o una obligación que te imponen para que reescribas los diálogos después de contrastarlos. Escuchar tu guion en voz alta es un regalo que proporciona como ningún otro la medida exacta de las cosas. La duración del guion, la curva de intensidad, lo que funciona y lo que más vale cortar. Es un simulacro de público. Según la ocasión, una lectura así puede sonrojarte hasta el dolor o inundarte de vanidad. Lo más probable: las dos cosas a la vez.

Seis. El delegado de la cadena.

Con ese nombre o con otro parecido, siempre hay alguien que ejerce de correa de transmisión con la emisora. No hay que olvidarlo: la que paga (tarde), la propietaria del producto, la que ordena y manda a su antojo. El delegado forma equipo con un lector o lectora al que pagan (poco) para que mande un informe de cada guion. Se toman su tiempo para leerlo, puede que demasiado. Te buscan las cosquillas, errores y contrasentidos, fallos de raccord emocional (ya está, ya lo he dicho) y es frecuente que pidan más caña, más peripecia, más de todo por el mismo precio. También suele pasar que, por miedo a sus jefes o por miedo a perder espectadores, limen aristas a diestro y siniestro: nada que chirríe, nada de tacos, pocas locuras, ningún experimento, ab-so-lu-ta-men-te-NO-a-los-flash-backs, todo tan ordenado que en la siguiente versión se quejarán de que es previsible. En cualquier caso, son tus lectores más concienzudos.

Siete. El director de ficción.

Jefe de los anteriores, no es habitual que tenga tiempo ni sienta la necesidad de leer todos los guiones, pero en algún caso hasta se ha remangado ante la pizarra para reescaletearte las tramas. Tu serie forma parte de su escaparate, de su curriculum, su éxito o fracaso va ligado a su destino laboral. Es obvio que se trata de quién tiene más interés directo en que la cosa funcione, pero a veces no estás del todo seguro de que apoye la serie, puede que dé un paso atrás en las reuniones importantes para no chamuscarse si todo se incendia. Le preocupa el tono de la serie, el target, las posibilidades del concepto. Cuando entra el guionista de a pie, el pescado debería estar vendido. La experiencia demuestra que hasta que no se ve el primer montaje del capítulo nadie está seguro de lo que realmente está haciendo.

Ocho. El ejecutivo.

Los demás directivos de las cadena, incluso puede que el jefe máximo, intervienen en los momentos de la verdad. La luz verde. El título. Los cabezas de cartel. La fecha de estreno. Lo lógico es que se lean, como mucho, el primer capítulo. Y no todas las versiones. Como puedes suponer, las notas que eventualmente puedan pasarte sobre el guion tienen la categoría de verdades eternas que sólo pueden ser recibidas con fe y puestas en práctica al instante. Por cierto, imaginarse al jefe máximo leyendo tu guion produce escalofríos, ¿no?

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Todos leen, todos opinan. Como decían Les Luthiers, el resultado mejora sensiblemente si son buenos. Buenos profesionales, quiero decir. Tampoco podemos pedir que todos lo sean, estaríamos ante una negación de la estadística. Lo peor que te puede pasar es que sus opiniones sean contradictorias. No, espera, hay algo peor: que la misma persona se contradiga en reuniones sucesivas, incluso se han dado casos de una misma persona se contradiga a lo largo de la misma reunión. Tú bajas la cabeza, garabateas un monigote en tu libreta, piensas en cómo torear el asunto. Tienes la sensación de que proponen cambios contradictorios para que sea imposible hacerles caso en todo, y de esta manera echártelo en cara si la serie fracasa.

Que quede claro que no me estoy quejando, supongo que en otros países (aunque nos guste pensar lo contrario) el proceso no es tan diferente. Tampoco puedo decir que me parezca mal que opine mucha gente sobre mi guion, que las cosas se mediten, se prueben, se cambien buscando una mejora interminable. Pero creo que hay algo viciado en este sistema que suele impedir que el producto tenga pies y cabeza.

Ahora que la crisis ha obligado a estirar los calendarios, no es raro que el guion de un primer capítulo pase de las quince versiones. Siempre pienso lo mismo: ojalá cada versión sea mejor que la anterior. Me temo que no siempre es así. Todo se puede resumir de la siguiente manera (es mi ejemplo favorito): En la primera versión te pidieron un lenguado a la plancha. En la tercera, te propusieron que lo rebozaras. En la séptima, decidieron que sería mejor en salsa verde. En la novena, tenían claro que el lenguado tenía que cocinarse al horno. El lenguado es el mismo desde el principio y cuando llega el momento de la emisión el espectador, el objetivo último de todo, percibe el aroma requemado del plato y con una mano se tapa la nariz mientras con la otra agarra el mando a distancia para cambiar cuanto antes de cadena.

12 comentarios en «PARA QUIÉN ESCRIBIMOS»

  1. Buen post Carlos, interesante descripción del tortuoso camino de un guión desde su escritura hasta su exhibición, pero al leerlo me plantea una duda: tras deambular de un lado a otro como un perro abandonado ¿Cuánto hay de tu historia en la versión definitiva? ¿Cómo consigues mantener la esencia de lo que querías contar? ¿Es esto posible o tan solo una quimera?

    Decían de Hitchcock que, temoroso a que la mano de un montador destrozase “su” película, rodaba de tal manera que solo hubiera una posibilidad de montaje, un único punto de vista de la escena, el suyo.

    Blake Snyder, otro gurú más de la escritura cinematográfica, decía que la única vía para el guionista de salvar la esencia de lo que está escribiendo frente a las “garras” de la industria, es la estructura, hacerla lo más solida y clara posible, dejar bien claro cuando y porque ocurren las cosas.

    ¿Es esto verdad? ¿Es posible mantener viva la idea original, frente a tanta gente dando su opinión sobre la historia? ¿Somos tan sólo autómatas o existe luz al final del túnel?

    1. Gracias, Rollo. Sí, al final del proceso tu guion es un superviviente, una especie de náufrago con los pulmones inundados y la ropa hecha jirones. Siempre queda algo del pálpito inicial, y muchas cosas añadidas por el camino que lo han enriquecido también. Yo creo que es parte esencial de este trabajo pertrechar tu guion para que sobreviva a las tormentas. Pero me parece un error hacerlo a la defensiva, como apunto en alguna parte del post: receloso de que no te entiendan, acotando cada parlamento… Se trata de crear algo que parezca vivo, así que estoy de acuerdo con Snyder (y eso que su libro me parece un chiste en general), lo importante es la estructura. Los diálogos se cambian, se olvidan, se tiran, se dicen mal. La forma que hayas elegido para contar la historia suele permanecer casi entera. Y no hay que olvidar la regla de oro, que es esta: quién sabe.

  2. Grande una vez más, Carlos. Mi experiencia. una vez se me pasó hacer un cambio, y nadie se dio cuenta. Se rodó tal cual y quedó de lo mejor del capítulo. Desde entonces a veces compruebo que cierta dosis de hacerse el longuis es factible, siempre que no incurras en el riesgo de que parezca que no te enteras.
    Otra actitud, si uno está muy seguro de que lo que envía funcionará, y si hay tiempo, y si no contraviene una necesidad de producción, otra opción es no cambiar solo lo que te dicen, sino desencadenar un torrente de cambios que supuestamente se deducen del cambio inicial y les obliga a releerlo todo, redesglosarlo todo de cero, como si por cada cambio hiciéramos una nueva primera versión. Cuando hay muchas notas y algunas casan mal entre sí, puede ser incluso menos trabajo que tratar de encajar piezas nuevas en el puzzle. ¿Y alguna vez has cambiado cosas sin que te las pidieran, porque tú hayas sentido la necesidad en la segunda versión? y si es asi, ¿cómo se lo han tomado?
    Gracias de nuevo, máquina.

    1. Hay cambios que te proponen que nunca llegas a hacer, claro, sobre todo si son asuntos leves. Porque no lo ves muy claro o porque eres consciente de que, muchas veces, te sueltan encima de tu mesa unas cuantas chuches sabiendo que no te la vas a comer todas, que tú verás lo que haces, vamos. Y alguna vez se me ha pasado, sí, como tú dices, me he dado cuenta demasiado tarde. Hay veces que mandas el guion con los cambios y se rueda al día siguiente. La felicidad del guionista: ya se ha rodado, no hay más versiones.

      Y por supuesto que cambio muchas cosas por mi cuenta de versión a versión. Recojo las notas de todo el mundo, las digiero y trato de darles coherencia. Como digo en el post, el objetivo no es hacer ñapas, sino que la versión sea mejor. El guionista es el único que sabe lo que realmente significan los cambios que se le proponen. Un director o un productor o un actor proponen quitar una frase, y tú sabes que eso obliga a tocar otras dos secuencias aparte de esa, por ejemplo.

  3. Felicidades por la actitud positiva ante las dificultades, por la humildad de reconocer que la aportación ajena puede enriquecer tu historia inicial, por la empatía que muestras hacia los otros participantes en el proceso, aunque a veces se comporten como “enemigos”… Lo que no te impide afirmar que este sistema de trabajo está lejos de ser el ideal. Bravo.

  4. Sí, señor, el post que mejor ha contado el exasperante ejercicio de humildad que es este trabajo.,Enhorabuena y ÁNIMOOOOO

  5. Gracias por vuestros comentarios. Humildad es la palabra clave, en efecto, porque me parece consustancial al trabajo de guionista, un arma para sobrevivir. Vamos, que si no eres humilde lo mandarías todo a freír espárragos tres veces por día.

    Y una de las cosas que más me han impresionado siempre en este negocio es lo que José Manuel llama “actitud positiva ante las dificultades”. Hay tantos contratiempos, tantos obstáculos y tantas posibilidades de naufragio (en el proyecto, en el rodaje, en la exhibición), que siempre me parece distinguir a los buenos profesionales como aquellos que antes se levantan de la lona cuando reciben un derechazo que los tumba. NO SIRVE DE NADA QUEJARSE, hay que buscar una alternativa.

  6. Gracias por el post -estoy pensando en que muchas profesiones del mundo deberían tener un blog como el vuestro, así se evita cualquier desgracia.

    Como espectador soy muy exigente. Me gusta que las series de televisión tengan pies y cabeza, y que todo sea realista. No se cómo hacen las series buenas en USA (al nivel de “Los Soprano” o “Boardwalk Empire”), pero en España no se qué pasa que hay series que, andando el tiempo, se distancian mucho de lo que fueron en principio. Eso sí, he visto algunas de las series que hizo TVE tipo “Juncal”, “La Regenta” o “La forja de un rebelde” -de tres, seis, nueve capítulos-, y tienen una calidad buenísima. ¿No será que, en series de televisión, lo bueno, si breve, dos veces bueno?

    Es verdad lo de que hay que ser siempre humilde, pero también hay que ser paciente… y un poco pícaro para que te salga algo que es tuyo.

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