Por David Muñoz
En un artículo reciente, la directora Isabel Coixet cargaba contra los guionistas jóvenes. Entre otras cosas decía que solo saben escribir guiones sexistas y formulaicos, que no son cultos y no conocen los clásicos del guión (¡solo han leído el guión de “Matrix”!)*.
Además, más o menos a la vez también apareció esta entrada en Bloguionistas viniendo más o menos a decir que cómo vamos a escribir grandes series de televisión si somos unos incultos.
Ambas opiniones se basan en ideas para mí equivocadas sobre cómo funciona la creatividad. Ideas que muchos dicen compartir. Creo que porque suenan “bien”. Pero que parezcan ciertas no quiere decir que lo sean.
Para empezar, ¿qué es la cultura? ¿De qué cultura estamos hablando? ¿De un canon literario establecido por unos académicos que nos dice lo que tenemos que leer sí o sí para no ser considerados unos incultos? Pero, si como le leí una vez a Arturo Pérez-Reverte, la obra de un escritor es el resultado de la mezcla de lo que ha leído y de la vida que ha vivido, ¿no sería aburridísimo que todos los escritores hubieran leído los mismos libros?
Gracias a que no es así, y a que por ejemplo “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas significa mucho más para Pérez Reverte que para Mario Vargas Llosa, cada escritor tiene un mundo propio.
Otro ejemplo claro: solo Tolkien pudo escribir “El señor de los anillos”. Solo a él le interesaba de esa manera la mitología y además luchó (por los pelos) en la Primera Guerra Mundial, estaba preocupado por el peligro para el medio ambiente que suponía la industrialización, tenía un pensamiento tan clasista y sentía tanto miedo del progreso. De la superposición de todas esas inquietudes nació su obra.
La clave es lo de las obras que “significan” algo para los autores.
Las obras que acaban importando cuando por fin nos ponemos a escribir no son las que conocemos, las que solamente hemos visto o leído (¡olvidamos casi todo!), no, son las que forman parte de nosotros, las que nos han llegado tanto que desde que entran en nuestra vida ya no se marchan nunca. Obras que solemos descubrir en nuestra infancia y adolescencia. De no ser así, las obras más influyentes en España serían las que aparecen en la lista de lecturas obligatorias de la enseñanza primaria y secundaria. Aquellas que en teoría hemos leído todos. Pero no, porque no basta con conocer, con haber leído, con haber visto. Se tiene que establecer una conexión emocional.
Otra cosa interesante es que cuando hablamos de “cultura” solemos referirnos a libros, películas, teatro… pero casi nunca a nada relacionado con la ciencia. Y seamos honestos, el 80% de quienes nos dedicamos a escribir historias no sabemos mucho de ciencia. ¿Eso quiere decir que somos unos incultos? Pues sí… y no.
El conocimiento que necesita el artista no es enciclopédico, ni exhaustivo. No es un crítico, no es un profesor de universidad, ni un historiador. El artista transforma las obras que han sido importantes para él, las filtra (por su vida, su sensibilidad…) y pare una obra nueva. Así es como funciona. Por poner un ejemplo un poco tosco, puedes comer mierda y cagar pepitas de oro (algo que se aplaude al hablar de directores como Quentin Tarantino, experto en el reciclaje de material de derribo). Si lo entendemos como una relación, podría decirse que es como el sexo que acaba en embarazo. El padre y la madre ponen algo de sí mismos y lo que sale es otra cosa. Luego el “bebé” puede superar o no en méritos a papá y a mamá. Depende de muchos factores.
Otro ejemplo: David Simon, el creador de “The Wire”. No dudaríamos en calificarle de “hombre culto”. Sin embargo, en una entrevista reciente Simon decía algo así como que jamás podría escribir una serie como “Juego de Tronos”. Nada de lo que pasa en los reinos fantásticos de George R.R. Martin tiene que ver con las cosas que a él le importan. Por otro lado, aunque no sé si a Martin le gusta o no “The Wire”, dudo mucho que hubiera podido escribirla. La vida de Simon, sus inquietudes, le llevaron a poder escribir “The Wire”. No creo que haya leído nunca ni una sola novela de fantasía. Por su parte, la vida de Martin le llevó a escribir “Juego de Tronos”. No creo que haya pasado muchas horas estudiando informes policiales (o quizá sí, habiendo trabajado en televisión, pero no parece que sea lo que más le interesa).
Como dice el escritor ruso Antón Chéjov en un libro que justo estoy leyendo ahora**: “Lo he visto todo; no obstante, ahora no se trata de lo que he visto, sino de cómo lo he visto”. El subrayado es mío. O sea, no se trata de acumular referentes, sino de lo que haces con ellos. Escribir no es tan fácil como leer mucho, ver mucho, y luego regurgitarlo de la manera que sea.
También dice Chéjov: “El artista, por su parte, sólo debe juzgar lo que comprende; su campo es limitado, como el de cualquier otro especialista (…)”** *.

Viñetas de “Opus”, el manga inacabado de Satoshi Kon. El autor habla con su personaje y explica muy bien cómo funciona el proceso creativo (comentario sobre el editor incluido). Importante: los globos se leen de izquierda a derecha. Es un manga editado en orden de lectura japonesa.
Dicho de otra manera, cada creador interesante tiene una cultura propia, con grandes pasiones y también grandes agujeros, que casi nunca encaja con esa “cultura” de programa de educación secundaria que parece defenderse una y otra vez cuando se habla de estos temas. En este planteamiento, puede haberte influido más Mickey Spillane que Shakespeare, como a Frank Miller. Incluso puedes no haber leído a Shakespeare (aunque podría argumentarse que a todos nos ha influido Shakespeare por vía indirecta, hasta queriendo ignorarle). De hecho, cuanto más idiosincráticas sean las referencias que han formado al creador, cuanto menos comunes, más personalidad se percibirá en su obra, menos trillada nos parecerá.
Dicho todo esto, la verdad es que no conozco ni un solo guionista profesional que no se pase la vida viendo películas de todas las épocas, yendo al teatro, leyendo, etc. A veces creo que incluso todos lo hacemos más de lo que deberíamos. Si nos dedicamos a esto es porque nos apasionan las historias, y es fácil engañarse a uno mismo pensando que durante esas 15 horas que has pasado viendo una serie danesa no estabas solo disfrutando sino casi, casi, trabajando. Por no hablar de lo fácil es que confundir la lectura de una decena de libros sobre un tema que nos apasiona con trabajo de “documentación”. Si encima, además de guionista, eres profesor como yo, nunca te faltan las excusas.
Eso sí, los guionistas que conozco saben mucho de muchas cosas pero solo saben muchísimo sobre tres o cuatro. Las que les apasionan, las que les hacen escribir lo que escriben cuando escriben lo que quieren.
Todo esto no quiere decir que la cultura no sea importante. Al contrario. Solo que no es tan fácil valorar si alguien pasa no o el test de la cultura cuando en realidad no sabemos qué preguntas deben aparecer en ese test.
En realidad, para un guionista la cultura es muy importante por razones que no tienen nada que ver con las que suelen aducirse.
Ya he dicho que en mi opinión las obras que nos muestran el camino a seguir, que nos acompañan, con las que establecemos una conexión, las que completan nuestra identidad creativa, no tienen por qué ser necesariamente las “lecturas obligatorias” de ningún canon (no digo que no puedan serlo, solo que no tiene porqué).
Esas obras casi siempre llegan a nuestras vidas un poco por casualidad, y, como decía antes, cuando aún somos lo bastante jóvenes como para que nos marquen. De ahí que en esos años sea bueno exponerse a todo tipo de referentes, a todo tipo de visiones, para entre ellas, descubrir cuál es la tuya. Por eso lo realmente importante es lo que ocurre cuando los futuros creadores son niños. La lucha que realmente importa se produce en los colegios (y en la casa de cada cuál, claro).
En mi caso, soy quien soy porque un profesor de 8º de EGB me dio a leer “El señor de las moscas” de William Golding, porque siendo aún un niño mis padres me compraron por error en la Feria del libro de Madrid un tebeo de Carlos Giménez para adultos, porque en la biblioteca de enfrente de mi casa el bibliotecario de la zona “de mayores” me dejó llevarme “La danza de la muerte” de Stephen King con 12 años, porque en el único kiosco del pueblo donde pasaba las vacaciones de verano tenían los tebeos de Flash Gordon y el Hombre Enmascarado de la editorial Dólar, por… bueno, creo que ya lo habéis entendido.
Por supuesto, de niño y adolescente leí muchas otras cosas. No hacía otra cosa que leer (cosa que no era solo mérito mío, no existía Internet y había la tele que había). Pero yo era quien era y aquellas fueron las obras con las que establecí una conexión porque sentí que me hablaban a mí directamente, que me explicaban.
No quiero decir que no haya guionistas y directores muy catetos, a quienes le vendría bien haber leído algún libro más. Desde luego que los hay. Conozco a unos cuantos. Pero también es falso creer que gran autor = autor culto (en el sentido convencional). Y si no que se lo digan a Tim Burton, que en su libro de entrevistas editado por Faber reconocía no haber leído un libro en su vida. Eso sí, se sabía los cuentos del Dr. Seuss, las películas clásicas de monstruos de la Universal y la serie “En los límites de la realidad” de memoria. Y le cascaban en el colegio por raro. Con eso le bastó para ser quién es.
Reconozco que pese a todo lo anterior, también yo a veces me desespero con alumnos míos que no han visto o leído cosas que me parecen importantes y que pienso que podrían llegar a significar algo para ellos. Pero la forma de llevarles a esas obras no puede ser el reproche, hacerles sentir tontos por no conocerlas ya, sino la recomendación, y, mejor aún, la recomendación entusiasta. Son alimento para el pensamiento, droga estimulante, no tareas pesadas. Además, nadie puede haber leído y visto lo más interesante, lo más destacado en todos los campos. Es imposible. Desconfía de quien pretenda dar a entender que es así.
Lo cierto (y triste) es que alguien suele parecernos inculto cuando no comparte nuestros referentes, cuando no sabe lo que sabemos nosotros. Tendemos a erigirnos en medida de todas las cosas.
Termino esta entrada pelín caótica con algo relacionado con todo esto en lo que también me hizo pensar la entrevista con Isabel Coixet. Y es en lo fácil que nos resulta engañarnos sobre cómo fue realmente el pasado. Pensamos en el cine de otra época y acuden a nuestras mentes las obras maestras de aquel momento y, sobre todo, las películas que significan algo para nosotros, las que nos importan, con las que conectamos emocionalmente. Y absurdamente inferimos que TODO el cine de esa época fue como el cine que a nosotros nos gusta, el que recordamos. “¡Que maravilla el cine del los 40, 60, 70!” Y “¡Que cultos, que geniales eran los guionistas que las escribieron!”. Pero… ¿de cuántas películas estamos hablando? ¿De 10 de entre un total de…400? Es probable que los directores de décadas pasadas tuvieran los mismos problemas para encontrar guiones a su gusto que los directores de ahora. Guiones ni buenos, ni malos, ni regulares. Guiones que les hablaran, que significaran algo para ellos, que les merecieran la pena.
Esa mitificación del pasado, esa forma de recordar tan selectiva, en el mundo de la educación se transforma en el síndrome “cualquier generación del pasado fue mejor” (y más culta, y más sensible…). Algo también, casi siempre, falso. Miramos hacia atrás y si nos dedicamos a una profesión creativa recordamos a los amigos con los que no juntábamos en la escuela que fuera, los cuatro que eran un poco como nosotros y que a lo mejor ahora también están trabajando escribiendo, dirigiendo, dibujando, o lo que sea. Pero…¿y todos los demás? Nada, desaparecidos. No existen en nuestro recuerdo. No cuentan. Pero ahora llegamos al aula como profesores y ahí están, todos, sentados en el aula. Los que valen, los que no sabemos si valdrán, y los que pensamos que nunca lo conseguirán.
Quizá dentro de diez años, alguno de ellos también será profesor, y caerá en el error de pensar que su generación sí que era buena, y no la de estos atontaos que le miran con cara de pánfilos cuanto les habla de “Magical Girl”.
*Hay cosas en las que creo que Coixet tiene razón, como el sexismo prevalente en muchos guiones. Pero también daría para escribir una entrada desmontando sus argumentos el comentario despectivo sobre los lugares donde se estudia guión. No sé qué cree que se enseña en esos sitios. Los profesores dan herramientas, luego lo que hagas con ellas es cosa tuya. Nadie te dice qué historia tienes que escribir. Quizá, dado que Coixet dice que opina así por culpa de los 100 guiones que le han llegado como posibles proyectos como directora, a lo mejor debería cambiar de agente y empezar a recibir otras cosas.
**El libro es “Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores”. Su autor es Piero Brunello, lo editó Alba en 2005 y recopila los fragmentos de cartas de Chéjov en los que el autor ruso hablaba de escritura.
***Otro mito habitual: el del escritor que para escribir algo de interés tiene que haber vivido una vida interesante. Es lo que yo llamo el “mito Hemingway”. El escritor como aventurero. Pero que seas aventurero o no da igual, lo único que importa es cómo usas tu experiencia, sea como sea. ¿Qué aventuras vivió H.P.Lovecraft? ¿Y Raymond Carver? Cualquier cosa es susceptible de transformarse en una buena historia. Saber ver historias donde otros no las ven es parte de lo que llamamos talento. Y aunque alguien no saliera de su barrio jamás, también amaría, sufriría, sentiría alegría, placer y dolor, estaría acumulando experiencias que podría transformar en historias. Lo triste es que el mito del “escritor aventurero” se escucha incluso en ámbitos académicos, donde además se contamina de clasismo. En un lugar donde a veces doy clase escuché que mis alumnos no escribían mejores guiones porque no habían vivido lo suficiente. Primero no sé en qué se basaba esa persona para asegurar que los guiones de mis alumnos no eran buenos, pero bueno, la cuestión es que tampoco sabía nada de sus vidas. Y nadie tiene porque haber recorrido África andando para tener material vital transformable en grandes historias. Porque a poco que rasques, todo el mundo tiene historias que contar, experiencias que les han marcado, deseos y miedos. Todos, como cantaba El cuarteto de nos, “estamos traumados”. O, como cantaban R.E.M, “todo el mundo sufre”.